El actor que ha ganado todos los premios con su personaje en "Perdona nuestros pecados" relata cuánto lo complica que le griten "malo" delante de sus hijos, revela el gran temor de su vida y dice que le encantaría vivir tanto como Nicanor Parra.
Ocurrió en Concepción. Álvaro Rudolphy estaba de visita en la casa de su padre y un día salió a dar un paseo con sus hijos. Llevaba a uno de cada mano y caminaban cerca de una plaza, cuando pasó un tipo y le dijo: "'Soi malo, conch..., te voi a sacarte la chu..., cu...' Yo me asusté, seguí caminando y pensaba que me iba a llegar un palo en la espalda, una patada o un combo", recuerda Rudolphy. Es lo más desagradable que ha enfrentado desde que encarna al bestial Armando Quiroga en "Perdona nuestros pecados". El miedo y los garabatos se los banca. "Lo que me cuesta aceptar es la percepción que tienen los niños cuando la gente le grita al papá que es malo. ¿Qué es lo que entiende un niño de cuatro años y una niñita de seis? ¡Que el papá es malo!", explica el actor y estira el cuello hacia adelante con la típica mueca de quien está incómodo con la camisa.
Rudolphy está vestido como Armando Quiroga, el personaje que el 6 de marzo cumplirá un año esquivando sus crímenes en Villa Ruiseñor, el pueblo ficticio de la teleserie de Mega. Es su papel número 29 y son 30 años continuos en pantalla. El primero fue en 1988, cuando la mayoría de los chilenos aún veía televisión en blanco y negro y había que cambiar de canal o subir el volumen girando unas perillas. Parece la prehistoria de las telenovelas. Para él ha sido tan breve como el clic de un interruptor. "Siento que partí ayer haciendo teleseries", comenta.
Aparte del traje que lleva para la segunda temporada de "Perdona nuestros pecados", Rudolphy no tiene nada de Armando Quiroga. Hasta le molesta el bigote, porque nunca se había dejado y ya lleva un año y cuatro meses cuidándolo.
-¿Es difícil entrar en ese personaje? Armando es bien asqueroso, desagradable.
"Es que es un juego. Todos en el día a día jugamos distintos personajes, depende de con quién tengamos que relacionarnos y en qué situación. Si en una empresa te toca despedir a alguien, tienes que ser más frío. Aquí es un poco lo mismo, me meto en la situación y juego a que soy irónico, pesado, soberbio, déspota. Igual trato de darle a este personaje ciertos matices que no lo hagan tan estereotipado. Armando también sufre, se emociona, quiere a sus hijos, tiene momentos de alegría, se relaja".
-¿Te pasa que el público siente esta perversión por el malo y se hace adicto a él?
"Con el público me ha pasado que me dicen 'oiga, pucha usted que es malo'. 'Es malo, pero igual de repente llega a ser encantador el personaje', me han dicho. O me dicen 'oiga, usted que me da susto', pero es una suerte de juego, una relación lúdica".
Hay un punto, sin embargo, en el que la relación con el público se vuelve tensa. "La gente en general no filtra mucho y de repente no calibra", sostiene Rudolphy y explica su punto: "A veces sienten que están con el personaje y no con el actor. Una vez estaba almorzando con mi familia y la familia de mi mujer, se acercó una tipa absolutamente borracha y se me tira encima y dice 'Soi malo, hueón'. Cuando estoy con mis niños, la situación se me hace un poco compleja, porque me dicen 'oiga, usted que es malo' o 'ahí va el maaaalo', y mis niños chicos no entienden. Mi hija, la menor, la otra vez me decía muy angustiada: 'Papá, ¿tú no eres malo?'. 'No', le dije. '¿Y por qué la gente te dice malo?'. Yo les trato de hacer entender que soy actor y que es una situación en que la gente ve al personaje. Entonces les hablo de la teleserie, pero a esa edad, uuufff... la otra vez lo conversaba con un psicólogo, el niño no hace esas dobles lecturas".
-¿Cómo manejas el tema con tus hijos Eloísa y Diego?
"De repente pasan avances de la teleserie en el día y les digo: '¿Ven? Ahí estoy yo', y les explico en relación a los monitos que ellos ven o series más adolescentes. Les digo: 'Mira, la Soy Luna no es ella. Ella se llama tanto, es una mujer que al igual que yo, hace un personaje de Soy Luna y se disfraza y canta unas canciones, pero son dos personas'".
Insinuaciones
Rudolphy tiene 53 años y, aparte de las teleseries, los planes para el resto de su carrera son "hacer más teatro, entrar en algún proyecto cinematográfico, hacer series. Quiero más".
Fue en "Matilde dedos verdes" que Rudolphy aprendió los primeros códigos de la actuación en la televisión. Duró poco más de un mes y la transmitió Canal 13 en 1988. Ahí era Mauricio Torres y, además de ser su debut en teleseries, fue su primer "personaje de villano. Era hermano de la Pilar Cox y quería matar a Mauricio Pesutic. No sé por qué no lo hice", bromea.
Entrar y salirse de un personaje, no llevárselo para la casa, saltar de la ingenuidad de "Pobre gallo" a la brutalidad de "Perdona nuestros pecados" son cosas que ya asume como parte del oficio. Lo mismo ocurre con las grabaciones. Rudolphy explica que cada escena tiene una mecánica y la idea es que el actor logre que no se note. "Ese es el juego. Cuando hay una escena de sexo o seducción, la gracia está en que toda la mecánica que tú armas -aquí se lanza a velocidad de ametralladora: porque la luz, la cámara, los lentes, el micrófono, por el sonido, porque aquí, porque te paras pa' llá, porque después hay que hacer esto, porque hay que tomar el vaso, justo suena el teléfono y hay que agarrar la pistola-, tiene que salir lo más natural posible".
-¿Cómo manejas las relaciones, el sobajeo con distintas actrices del mismo elenco en la misma teleserie?
"Mira, mi personaje no se sobajea tanto como el cura, ja. Y hay que pensar también en una cosa etaria. Con la Pao (Paola Volpato), que es con la que más me ha tocado, las escenas se trabajan mucho, se piensan, se cuidan, nos cuidamos, yo la cuido a ella, ella me cuida a mí, porque tampoco somos cabros de 20. Son más bien insinuaciones, es actuación, uno ahí está poniendo las caras, haciendo como que, pero comprenderás que estar metido en un set con 30 personas mirando, cuidando de no tapar la cámara, de no hacer sombra, de cuidar que se vea bien tal cosa, es más bien una mecánica. No es que uno se deje llevar por la pasión ni mucho menos, es casi una coreografía.
Papá a los 46
El punto más alto en la carrera de Rudolphy se sitúa en el año 2001, con "Amores de mercado", cuando marcó el récord histórico de rating para una teleserie nacional. Entonces tuvo que interpretar a dos personajes, los dos protagónicos (Pedro "Pelluco" Solís y Rodolfo Ruttenmeyer), de manera simultánea. Terminó con estrés, "fue muy cansador, una carga muy potente, estaba siempre grabando", cuenta.
Ahora, en cambio, ha estado mucho más relajado. Dice que no es cierto, y que fue un invento "patético y ridículo" cuando se publicó que las grabaciones de "Perdona nuestros pecados" estaban en peligro por una supuesta crisis de pánico suya. Al contrario, acá el protagonismo está más repartido y ha tenido bastante más soltura. Eso le deja más tiempo para estar con sus hijos y para escribir guiones de teatro. Eso lo tiene sumamente motivado. De hecho, "El velorio", la última obra de su autoría, se reestrenará en marzo en el Ictus, y tiene otra que le propuso dirigir a Boris Quercia. "Yo escribía antaño unas cosas rarísimas, que eran incoherencias, y de repente volví a escribir y se me empezaron a hacer concretas las ideas, a tener línea dramática, empezaron a cuajar", dice Rudolphy, que además cumplirá diez años de matrimonio con la periodista Catalina Comandari.
-¿Cómo va la crianza de tus niños? Fuiste padre después de los 40.
"A los 46, grande ya. Ha sido maravillosa, no te puedo explicar lo feliz que siento la paternidad, lo bien que lo paso con ellos, lo que gozo con ellos".
-Egresaste a los 16 del colegio, ¿te perdiste algo de infancia?
"Sí, entré con 16 a la universidad, me habría gustado salir de 18 del colegio. En cuarto medio tenía 16 años y mis compañeros 18. Había una diferencia brutal, ellos ya eran jóvenes, tenía compañeras de 18 años que ya eran mujeres y yo seguía siendo un cabro. Estaba en los Padres Franceses de Valparaíso. No sé qué pasó que cuando estaba en la Alianza Francesa de Concepción, de segundo básico pasé a cuarto básico, me saltaron. Hubo una reforma, no sé muy bien, voy a preguntarle a mi vieja".
Rudolphy tiene tres hermanos ingenieros y otro arquitecto. Antes de la actuación, estudió un año Licenciatura en francés y otro más Ingeniería en alimentos. "Entré muy chico a la universidad", dice. Ahí un amigo, Abdo Torres, lo empujó a entrar en un grupo de teatro. "Entonces dije: ¡esto es! ¿Qué hago en ingeniería, tratando de entender cálculo? Me iba pésimo, no entendía nada. Me decidí y me vine a Santiago a estudiar Teatro".
-¿Te gustaría llegar a los 103 de Parra?
"Uf, yo feliz, me encantaría vivir harto, pero estando sano y lúcido, como estaba Parra. Enfermo y gagá, me muero. Si hay algo a lo que realmente le temo por sobre todas las cosas es al alzheimer. Lo único que ruego en esta vida, y me encomiendo al Señor, es por favor no tener alzheimer. Creo que perder la memoria, aparte de todo lo que significa la enfermedad... uf, es lo peor que a uno le puede pasar".
-¿Casos cercanos?
"Sí, mi abuela materna y colegas actores. Sin ir más lejos, Marcelo Romo, que acaba de morir y con el cual me tocó trabajar en varias teleseries. Terrible, terrible no saber. Me acuerdo de la Ana González (murió el 2008), con quien también me tocó trabajar. Me llegó muy fuerte, porque todo lo que hizo en su vida, todo lo que fue, después no tenía idea. No sabes quién eres, no sabes la persona que tienes al lado, estás aterrado... es un tema que me toca en lo profundo, sentir que no tienes a qué aferrarte, porque los recuerdos son un ancla que te permite sujetarte a algo: hice esto, viajamos juntos, ahí están mis niños, ellos son. Cuando pierdes esa conexión, es como si estuvieras flotando en el espacio sin tener de dónde agarrarte. Es una sensación terriblemente angustiosa. Espero que no me pase, por favor. Y si me da, mátenme".
"Si hay algo a lo que realmente le temo por sobre todas las cosas, es al alzhéimer (...) Espero que no me pase, y si me da, mátenme".
"Siempre es atractivo hacer de villano", dice sobre su rol de Armando Quiroga en "Perdona nuestros pecados", la segunda teleserie nocturna más vista de la TV chilena. Rudolphy ha destacado por la oscuridad, el machismo y la manipulación de su caracterización. "Es más complejo que los villanos comunes. Hemos querido darle matices y gestos de humanidad", afirma. También cuenta que ha enfrentado reacciones agresivas de algunas personas fuera de la pantalla por la maldad de su personaje.
Desafíos interpretativos: "Los personajes siempre son un desafío, porque no es fácil innovar sin caer en estereotipos después de hacer 30 teleseries. Este rol fue preciso, porque pude desmarcarme de las cosas que había hecho antes". En 2018 continuará con este papel en la segunda temporada del proyecto. "Vamos a pasar a los años 60. Hay cambios de look y renovación. La trama viene muy sorprendente, que es la gracia de la teleserie".
Los hitos de una larga carrera
Treinta años de carrera, 28 telenovelas y 29 personajes entre Canal 13, TVN y Mega. Además, cine y teatro, actuando y dirigiendo. Álvaro Rudolphy tiene bastante de dónde elegir si tuviera que escoger.
Papel que no repetiría (o su peor papel): "Joaquín, de 'Mi nombre es Joaquín'. Siempre estuve como a contrapelo de ese personaje. Era una especie de Antares de la luz anticipado a la historia real".
Personaje en el que se reencarnaría (o su mejor papel): "El personaje de 'Aquelarre' (Juan Pablo Huidobro) tenía una humanidad que me gustó mucho, era muy luminoso".
Mejor partner: "Me gusta harto trabajar con la Pao (Paola Volpato), con ella navego muy bien, nos leemos muy bien, podemos improvisar, surfear, irnos y volver en las escenas, con la emoción muy a flor de piel. Tuve muy buenas experiencias con la Sigrid (Alegría) también y con Melo (Francisco). Ellos son buenos partners ".
Momento más difícil: "En 'Santo ladrón' era un mariscador (Adrián Villegas) que se metía a bucear al mar. Se supone que entraba en la playa y aparecía mar adentro. Partimos en un bote y me metí al agua con un traje, con pesos en la guata, y no me hundía y no me hundía. Pedí que me pusieran más peso y me fui pa' abajo, guaaaaaa... y después no podía subir. Me asusté, sentía que me ahogaba y me angustié muchísimo".
Momento sublime: "En la película 'El entusiasmo', de Ricardo Larraín, trabajó Carmen Maura. Ella venía de muchos éxitos en España, era figura cinematográfica y estaba muy de moda por 'Mujeres al borde de un ataque de nervios'. Me tocó hacer un par de escenas con ella. Yo me preguntaba '¿qué es este regalo divino?'. Nos presentaron y empezamos a ver una escena, a repasar los diálogos en el camarín. Ella tenía que apuntarme con un arma y se me acerca y me dice: '¿Cómo lo hago?'. Carmen Maura, muy angustiada, pidiéndome a mí consejos de cómo lo tenía que hacer. 'Esto no puede estar pasando', decía yo. La gran estrella se me acerca y me dice 'ayúdame, por favor'. Le dije: no te preocupís, tú solamente apúntame".
Cómo impactó el caso Weinstein en Chile
Ni turcas ni mexicanas ni venezolanas. Para Álvaro Rudolphy, las teleseries con mejor factura son las brasileñas. Después de las chilenas, claro. "Siempre el público chileno va a preferir la ficción nacional", dice el actor y explica que la segunda temporada de "Perdona nuestros pecados" es una apuesta inédita que responde a la tendencia mundial de la industria de volcarse a la producción de series. "Es lo que está viendo la gente", argumenta.
Sobre el asunto que sacude a las artes escénicas en el mundo desde fines del año pasado, el acoso y el abuso sexual en la industria a partir del caso Harvey Weinstein, Rudolphy explica que los actores en Chile discuten el tema, pero con cierta distancia. Sin justificar ("por ningún motivo", enfatiza) y "hablando desde la lejanía", también cree que "hay una suerte de caza de brujas. Estas son situaciones pendulares, en que la cosa llega a un extremo y luego a otro. Este tipo (Weinstein) está reconocido que fue un acosador y un abusador, pero empiezan a aparecer casos paralelos, con aristas como: 'Mira, hay un actor que el año no sé cuáaanto, hubo un tipo que lo fue a ver y le dijo oye que estás guapo. O una niña que le dijo estás guapa', y ahí queda la escoba. No avalo nada de esto en ningún caso. Sí creo que hay que ver el fondo, investigarlo y juzgarlo sin hacer una condena hasta no saber todo".
-¿Has visto o has oído sobre algo así en la industria nacional?
"Yo no conozco acá ningún caso así, nada para decir 'oye, tal director...'. Quizás se puede decir 'oye, este tipo es mirón' o de repente 'este es más coquetón', pero dista bastante de las referencias que uno tiene de este tipo de casos. Aun así, creo que algunos, por lo que he leído, están un poquitito hiperventilados. Yo siempre trato de decir que no todo es negro ni blanco. Nadie es tan malo y nadie es tan inocente que no se dio cuenta. Pasamos pendularmente de un extremo a otro y somos absolutamente lapidarios y vamos cortando cabezas, y de repente las cosas son grises, hay matices".
-¿Te llamó más la atención un caso que otro? Kevin Spacey, por ejemplo.
"El caso de Dustin Hoffman me llamó la atención, como que no le encontré tanto asidero. Y sí, el de Kevin Spacey me impresionó mucho, pero no me sorprendió a un nivel de reacción de escándalo. Creo que no solamente en la industria cinematográfica ocurre eso. Ocurre en todos lados".
-¿No sientes que es el momento en que hay que llegar hasta el fondo, como en el caso de los abusos en la Iglesia?
"Sin duda hay que llegar hasta el fondo, sin duda, pero no hay que ser más papistas que el Papa. Y no creo que tenga relación, porque en el tema de la Iglesia hay una suerte de abuso de poder investido por la jerarquía, pero una jerarquía emocional. No es el poder del jefe, es una jerarquía moral, valórica, como la fe. Están jugando con tu cabeza, con tus emociones, con tus pensamientos, y en edades mucho más frágiles".